CUMPLIMIENTO
En el auge de sus jóvenes años, el individuo piensa que es cierto el hecho cultural y, su realización, es asequible a todos sin que obste más excepción que su propio alcance y su tenacidad en perseguir el logro. El decurso inexorable viene a desengañarlo de su errónea apreciación, toda vez que, la sublime acción, aun sin ser llevada a cabo, es premisa consolidada de unos pocos elegidos, que suele, en muchos casos, ser hereditaria, cual posesión y pertenencia de uso familiar.
Inmerso en su fe del noble fin que lo anima, el creador recurre a múltiples medios que propicien el conocimiento de su producción, cuya promoción resulta de un coste excesivo para su hacienda, ya que es acción no amparada por la ley de mercado, lo que se traduce en exagerado desembolso, sin vía alguna de ingreso con que amortizar el gasto ostensible. De aquí la necesidad de solicitar subvención a los organismos oficiales del Estado, de cuyo presupuesto de cultura se deduce un mínimo porcentaje, destinado a fondo perdido, con el cual se sufraga el monto producido en beneficio de la propagación del testimonio cultural habido en la localidad.
Ello, en práctica hasta determinado nivel de empeño, es realmente positivo; ahora bien, pasado cierto cupo de vivencia, el artista debe reflexionar y admitir que no nació ungido por la fortuna como para ser incorporado al seno de los hijos de la suerte ni mucho menos penetrar el templo de las divinidades terrenas. Debe, por tanto, comprender cuál es la situación y renunciar a cualquier tipo de ayuda dirigida a la promoción de su obra, aun cuando se encuentre en perspectiva dentro del horizonte de reconocimiento general. Procede apartar cualquier medida de asalto cuyo propósito vaya en pro de hacerse oír entre los aclamados; ha transcurrido el tiempo y es preciso dejar espacio libre a quienes surgen y se aproximan dotados de capacidad para el lanzamiento con que la sociedad los acoge con premura y anhelo. Por ello debe desentenderse de todo simulacro de estima, a través de actos de beneficencia, propiciados por diversas corporaciones municipales, encaminados a enaltecer al sujeto programado dentro del ámbito de cívico fuero por altas instancias auspiciado. Tomada conciencia de lo anterior expuesto, concluirá el hombre que nunca llegará a ser reconocido como profesional del quehacer inútil que un día se propuso emprender, sin por asomo sospechar este final demoledor que impío derrumba ante sí su propia imagen, su reto y su infortunado destino.
Sin embargo, cuesta enormemente asumir la no valía personal de sí mismo frente a cuanto destello desprenden genios, talentos y prodigios, de precoz naturaleza, pululando por canales, al parecer comunes, y, no obstante, sumamente extraordinarios. Es preciso hacer acopio de energía, voluntad y firmeza para rechazar de plano la oportunidad anhelada, que nunca llega, y, al tiempo, se torna porfía que sustenta la obstinación de quien, en su sencillez, consideró hallarse impregnado de halo creativo, que al cabo elevaría su persona, en vuelo de su obra, a rango singular superlativo como compensación suprema a su sincera aportación al acervo histórico de su país.
Así, pues, en cumplimiento de la deducción a que arriba en su áspera trayectoria, el autor, se trate de artista, artesano o científico, desecha toda ponderación de su persona, silencia cualquier manifestación susceptible de revelar su impronta, y reserva, para sí mismo, cuanto su contenido, en potencia o en acto, sella firmemente en el fondo de su arcano.
JOSÉ RIVERO VIVAS
LONDRES, NOVIEMBRE 2004