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DÍA

  ¡Qué día más bello! Aire, sol y mar se han unido para dar realce a este día de pleno verano: el aire, sintiéndose generoso, ha donado un poco de su existencia al día que hoy ha nacido; el sol presta su claridad a través de los esplendentes rayos que envía; el mar deja el letargo en que estuvo sumido, y colabora eficazmente en acentuar la hermosura de esta mañana de agosto.
  ¡Qué día más bello! Todo es apacible y tranquilo. La bouillabaisse, situada en lo más profundo de la intensa rada, se halla descansando de los asiduos bañistas que, a lo largo de la estación, estropean, con su singular presencia, la belleza natural de esta playa en Saint Tropez. No existen nubes en el cielo ni cirros anunciadores de que pueda aproximarse tormenta; luce, por tanto, el nítido azul que irradia complacencia admirativa. El sol brilla en el firmamento, propiciando al panorama exultante arrobo con su luz acariciante.
  ¡Qué día más bello! Sereno y en calma, el día sigue creciendo sin pausa. Los elementos presionan fuerte: el aire se hace viento de arrolladora velocidad; el sol arrecia con sus rayos y su cegadora luminosidad apenas acaricia ya; el mar se muestra pujante y vigoroso, de modo que la previa brisa que antes enviaba, se ha trocado en olas gigantes, coronadas de blanca espuma, que azotan con horrísono estruendo, subrayando su potencia y bravura.
  ¡Qué día más bello! Aire, mar y sol recrudecen su ardor y aplastan sin compasión. La gente huye despavorida, sin ocultar su miedo al temporal en ciernes.
  ¡Qué día más bello! El simple conato de tormenta se ha convertido en dura tempestad.
  ¡Qué día más bello! El lúgubre silbido del viento se hace notar en las habitadas mansiones. El sol asaetea con sus encendidos rayos, traspasando las techumbres que cobijan millones de seres. El mar se eleva arrollador, en gigantescas olas, y amenaza con arrasar la pequeña ciudad y el resto del litoral encantador de la Côte d’Azur.
  ¡Qué día más bello! La luz resplandeciente del mediodía deslumbra y enceguece. Asolada, la gente corre a resguardarse bajo la fronda, buscando protección en la sombra del árbol benefactor.
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  Allá en lontananza, donde aire, cielo y mar semejan hermanarse, haciendo frente al gigantesco y colosal concierto, surge un objeto móvil que paulatino se acerca.
  ―¿Será posible el dislate? ¿Qué podrá suceder?
  Es el bergantín de un marinero, arrojado y valeroso que, haciendo caso omiso a las consecuencias de su temeridad, se lanzó mar adentro, seguro de su regreso, tras sabio desenlace de su navegación.
  Es de admirar el estoicismo en la espera y el ardor en la enconada lucha que viene librando con tan grandes enemigos. Ahora, cerca del puerto de abrigo, se le puede apreciar tranquilo, de pie en la popa, empuñando firmemente el timón con que dirige su nave hacia la bahía, amplia bocana en la abierta ensenada. Su rostro en piedra tallado, solamente es alterado por la emoción que lo embarga, sintiendo que ha dominado la denodada singladura. Su figura enhiesta, firme y segura sobre sus plantas, se mueve vertiginosa, donando, donde es precisa, su ayuda a la heroica goleta.
  Vedla cruzar presurosa, alzándose sobre las olas como liviano juguete. Ved que se hunde en las aguas, surgiendo más tarde indemne, sabiamente manejada por el hombre del gobernalle. Poco a poco, sin inmutarse, ensordecidos sus tripulantes por el silbo estridente del viento, cegados por la luz del sol, agitados por las aguas del mar, el hombre y su balandro avanzan lentamente sobre el líquido elemento, apoyados mutuamente en la batalla presentada a invencibles contrincantes. Después de varias horas de brega contra la borrasca, el osado marino, con barca y dotación, puede entrar en la rada hasta el lugar tranquilo donde su esposa lo aguarda.
  ¡Qué día más bello! El sol declina ya en su marcha hacia el ocaso, y sus rayos doran el paisaje acariciando con su mortecina luz roja y gualda. El viento amaina y el aire, húmedo y fresco, de nuevo hace sentir su aroma de olor a sándalo. El mar, gradualmente, va sumiéndose en el sueño de larga bonanza, luciendo su azul intenso las blancas vagas que lo coronan de espuma, al tiempo que suavemente deposita las olas sobre el abrupto acantilado y la ensoñada playa.
  ¡Qué día más bello! Hoy he advertido que, aquí en la Tierra, el hombre logra su porfía, si con sinceridad ama al planeta.


 

JOSÉ RIVERO VIVAS
SAINT TROPEZ, AGOSTO 1960

'La vida es un continuo irse fuera.'

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