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EN TORNO A LA SENDA LITERARIA

II ENCUENTRO DE NARRATIVA CANARIA NARRADORES CANARIOS HACIA EL FIN DE SIGLO
 

DE LA SITUACIÓN:

  ¿Qué es la periferia de un escritor? ¿Cuál es la demarcación de las fronteras en el ámbito de un autor? ¿Dónde radica la definición de su actividad? ¿Quién fija el límite de su desarrollo? ¿Tiene relación esta periferia con la situación fringe, que suele darse en Inglaterra?
  Difícil tarea parece, y hasta vano empeño, intentar dar respuesta a estas cuestiones, que rayan en lo azaroso, y aun aleatorio, sujetas por naturaleza a la conducta de cada individuo, pues, en cada uno cobra distinto aspecto; así, el resultado viene dado por las circunstancias que cada cual viva, tanto por voluntad consciente cuanto por el favor hereditario, o protector, que haya caído en suerte.
  Por periferia entiendo el estar fuera del castillo que suele construirse en persecución de gloria personal. El señor de la fortaleza se une utilitariamente a otros de su misma índole, formando peña, capilla, grupo de mutuo apoyo frente a quienes puedan irrumpir en el territorio de su soberanía. La preferencia de sus miembros entre sí, es sin duda buena cando la intención va dirigida al trabajo en equipo; encierra de malo, sin embargo, su propuesta excluyente y el sentimiento antagónico hacia cualquier extraño al círculo. Todavía es peor si el presunto rival despierta profunda animadversión, lo cual es con frecuencia llevado al extremo de declarar guerra sin cuartel, destrucción y exterminio.
  Respecto de mi periferia personal, considero que viene decantada por mi arraigado deseo de nunca ser nada definitivo, concreto, determinado, como queda reflejado en la actitud de Herminio, personaje narrador de mi novela LA ESPERA. Ello, sin duda, porque concibo la vida como espuma, aire que corre y pasa, aunque se origine en la región más remota o en el lugar menos imaginado del planeta.
  A juzgar por cuanto se celebra en el seno del acontecer literario, es fácil inferir que existen periferias mayores y menores, según se analice la dimensión social del autor observado, atendiendo siempre a la singularidad de su estancia, tanto si se halla en la capital del reino como si se encuentra en el rincón más apartado del mapa. Nadie es hoy en día aldeano ni su obra puede catalogarse como de provincia. La ventana mágica nos uniformiza en pensamiento, idea e intención; en todas partes es general el tema, que se produce monocorde, rutinario casi, aburrido y bobalicón, pese a su estridencia y tremendismo.
  Periferia existe en todos lados y es fácilmente apreciable aun en el país más perfecto, mejor equilibrado, de ángulo compartido y de plena comprensión. La Historia está llena de atores sumergidos en su periferia. No es cuestión de confundir esta situación con la marginación, aun cuando, en esencia, una implique la otra y ésta abarque la ansiedad de aquélla. Aquí mismo, en Tenerife, tenemos conocimiento de escritores, viviendo en el propio centro de Santa Cruz, y, sin embargo, fueron y son más periféricos que quien reside en la casa solariega de Adeje o La Orotava.
  Recuerdo una tarde en Londres, de lluvia pertinaz, frío y gris atmósfera. Recogido en casa, escuchaba música: un violoncelo desgarraba el alma con un solo de tristeza subyugante. En seguida se oyó una voz honda, de acento dramático, que narraba pasajes de la vida del poeta John Clare, desvalido y desamparado. Hombre de salud delicada, tras sus depresiones fue internado en un sanatorio mental, donde permaneció veinte años, sin una carta, una visita, nada. Y allí murió.
  No sé si la tarde, la historia despiadada o mi propia circunstancia, me hicieron caer sobre la cama en letargo indescriptible. Esta soledad, resaltada por el silencio ofensivo y cruel, señala sin ambages la situación de algunos.
  La periferia es, pues, condición del incomprendido, del arriesgado, de quien rompe la norma, bien en creación, bien en su estado social. Romper la norma no es, como generalmente se cree, hacer obras chocantes, extravagantes y fuera de lo común, sino salirse de los límites otorgados en intensidad e intención. Entonces es cuando al autor se le condena a residir apartado del centro-ciudad de las letras y las artes.


DEL PRODUCTO:

  ¿Es realmente necesaria esta producción? ¿Qué importancia tiene la existencia de una obra literaria? ¿Cuál es el valor substancial de un libro? ¿A quién conviene su significación? ¿Qué beneficio reporta al lector. ¿Cuál es su aportación precisa en bien del género humano? ¿Para qué sirve? ¿A quién alimenta? ¿Tendríamos acaso que parafrasear aquel verso del CANTO A TERESA, de Espronceda: “Que haya un libro más…?” Quién sabe.
  Aunque materialmente se trata de algo concreto cuya dimensión y vitalidad pueden influir en quien lo lea, hemos de considerar que, la nueva de un libro que aparece, pasa desapercibida para la gran mayoría, por más que de alguno de ellos se pregone las excelencias de su ser y naturaleza. En efecto, si analizamos con sinceridad y honradez la proyección en sociedad de este sacrificado y gratificante quehacer, vemos que la obra de algunos autores cobra enorme importancia al hilo del comentario de algunos expertos; en casos distintos, estos mismos señores callan, omiten, silencian gravemente la magnitud de obras diversas que, curiosamente, brillan, con el paso del tiempo, esplendorosas frente a las ponderadas ayer. Pero, esto no es más que consuelo de quienes permanecen en la brecha esperando a ser un día reconocidos y que se premie su insistencia y perseverancia sobre la ruta marcada. Lo cierto es que, si exceptuamos las pocas personas interesadas en la lectura por sí, comprobamos que no abunda la gente inclinada a leer por gozo y satisfacción propiciados en su encuentro con las letras. Mayormente se lee atraído por las características que envuelvan al autor; es decir, cuanto más cinematográfico y televisivo, tanto más éxito cosecha quien escribe. De aquí el ansia general por aparecer en primer plano, con la variedad de uniforme social, elegido para la ocasión o requerido quizá para el protocolo exigido por el evento. De ello se deduce que, periferia, en la actualidad, equivale a no estar programado en televisión, poderoso medio de lanzamiento a las estrellas y más allá.
  Conforme su producto, el escritor padece asimismo otro tipo de periferia, que tiene como causa la sencillez de su obra y el origen humilde de sus personajes. En una época en que los autores tienden a eludir lo cercano, temiendo tal vez ser confundidos con tanto advenedizo que se interna en esas lides, han optado por dar vueltas y retorcerse, esgrimiendo alardes lingüísticos y eruditos que ponen en guardia al lector y le dictan oportuna retirada a una retaguardia discreta, ajena al meollo del argumento, a su tratamiento y desarrollo. Así, quien desde el principio olvida, desecha, purga su texto de carga innecesaria para su relato, aparece torpe y desmañado, desnudo y carente de recursos literarios que adornen y embellezcan su forma, ofreciendo esplendor y brillantez a su narración. Es juicio general y criterio que abunda y hasta se apronta en detrimento de lo sencillo, por considerarse descarnado, tosco y deslucido. No se aprecia la sobriedad, que suele ser tachada de escasez de medios; de modo que, al autor de estilo austero, se le acusa de estar reñido con el buen gusto literario, lo que en definitiva redunda en lenguaje empobrecido tras roma expresión.
  Siendo auténtico, el interés que mueve a escribir viene dictado por la propia circunstancia de vida, que ha de ser la de las personas que componen el mismo entorno. Ello hace que, en más de una ocasión, me sienta decepcionado, incluso indignado, antes aspectos deplorables que descalifican globalmente a los miembros pertenecientes a ciertas áreas, un tanto deprimidas, de la sociedad. En la semblanza de un destacado actor actual, en páginas de un libro de bachillerato, leo: …su amor a la Naturaleza y a las gentes sencillas, entre las que halla ―a pesar de tantas miserias― nobles ejemplos de dignidad humana. Me gustaría conocer el pensamiento de un chico, de barrio, que se enfrente a este párrafo; cuál sería su reacción y cómo haría su comentario de texto; qué consideración le merece la literatura y qué opinión se formará de quien escribe.
  Esto me reafirma en mi convicción de que, en su mayor parte, cuando los escritores hacen incursión en campos de la pobreza y la miseria, pese a su noble intención y su gesto bondadoso, su aventura y su preocupación resultan más bien ser un paseo turístico por el mundo de los necesitados. Podrán observarlo y  aun denunciar la injusticia social, compadecidos paternalmente; pero, no llegan a sentirlo como parte integrante ni vibran estremecidos, de igual a igual, con los seres inmersos en este medio. Imposible. Por eso me aferro cada día más a mi periferia.


DEL CAMINO:

  ¿Hacia dónde vamos en cuanto narradores? ¿Qué señuelo nos detiene en el sendero? ¿Cuál es la diana que atrae nuestra mirada? ¿Quién nos guiña el ojo desde el mañana? ¿Cómo intuimos el advenimiento del próximo siglo?
  Vivimos momentos en que no queda detalle para lo imprevisto. Hoy, todo es programado, concreto, útil y positivo. Tanta planificación me abruma, aunque no me aterra porque la tomo cual comedia. Pero, no dejar nada para al improvisación y la espontaneidad supone, sin duda, enorme desventaja para quien se realiza en función creativa; de aquí la tendencia actual, que prolifera, a erigir soporte sistemático en obras clásicas, o de reconocida implantación, buscando cosechar triunfos al amparo de las grandes creaciones.
  Si existe objetivo a seguir por parte del escritor, su proyecto estará marcado por el motivo que lo induce a continuar en el proceso de su escritura, lo que propiciará su preferencia hacia diferentes ángulos y aspectos en su producción, conforme vaya avanzando en el itinerario señalado. A lo largo del siglo se advierte gran diversidad de estímulos para el escritor. Unas veces se impone el uso estético; otras, el sentir humano. También ha sucedido, con éxito, el maridaje de ambos fines. Ello obliga al escritor a estar atento al movimiento generacional, de modo que no equivoque el faro, frustrando su destino. Para quien se halla en el centro del mundo literario, no supone dificultad conocer hacia donde se encamina la creatividad y sobre qué derroteros circula. Como forma parte de la ejecutiva, con dejarse conducir es suficiente para estar presente y aupado a la plataforma que lo transporta en el discurrir del acontecer cultural.
  En ciertos casos se desestima, no obstante, la ruta que se tome, porque el rumbo a seguir es brumoso y desorientador. Así, cuando los más enfilan línea hacia una modernidad exultante, por tratarse de ser el español el idioma en que escribo, soy decididamente más cervantino, en la doble vertiente de gozar de su literatura, su galería de personajes y sus asertos, arriesgada postura para los aires que corrían en su tiempo; lo soy también, sobremanera, por solidaridad con su condición social y económica, lo que marcaba de fijo la periferia de Cervantes.
  Ello nos da prueba evidente de la distinta perspectiva que se perfila para los escritores soterrados, que existen también, como en toda época; tanto más ocultos cuanto más alejados  y aun ajenos se encuentren del movimiento en boga. Este escritor, marginado o periférico, va a su aire, a su antojo, a su capricho y manera; distanciado, por tanto, de movimientos y modas; de fines y objetivos; de éxitos, de triunfos, de logros y de fracasos. Su preocupación estriba en su ocupación; es decir, refleja cuanto siente, vive y presencia, aun cuando recurra a lo extraordinario, lo fantástico, lo supuesto, lo fabuloso y lo real.
  Ignoro si para este fin de siglo habrá que tomar referencia del precedente, o de cualquiera otro final que conlleve cambio, convulsión y aun trastorno. Como soy periférico profundo, residiendo a leguas de distancia del centro-ciudad y herméticamente recluido en mi aposento, avanzo a tientas por el enmarañado camino, que a veces linda tangencialmente con la senda literaria por donde discurre ufana la representación oficial de la creatividad. Desconozco su meta, su intención y su anhelo; por eso no puedo pronunciarme a este respecto. Personalmente sí sé dónde estoy y hacia dónde voy: a ningún lado. He estado y estoy inmerso en…mi parte en el dolor humano, recordando el soneto de Domingo Rivero, que con frecuencia oí recitar a Leandro Perdomo, durante nuestros paseos en noches de Bruselas.
  Intuyo que fue de aquí, de mi inmersión en tanto dolor, de donde nació mi impulso de escritor, en un intento de calmar mi ansiedad y entender la causa que origina tanto mal en esta corta estadía que nos toca cumplir.

 

​JOSÉ RIVERO VIVAS
ATENEO DE LA LAGUNA
LA LAGUNA, NOVIEMBRE 1994

 

'La vida es un continuo irse fuera.'

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