SOL
No quiero expresar en estas líneas las características más o menos distintivas de la célebre ciudad; tampoco deseo referir sus condiciones climatológicas ni mucho menos el ambiente en que se desenvuelve su población. Solamente trato de resumir en estos renglones la conclusión a la que he podido llegar a través de ciertos pormenores sucedidos durante mi estancia en Bruselas.
Casi ha transcurrido un mes desde la fecha de mi entrada en Bélgica, donde lo más del tiempo lo he pasado en la capital. La llovizna, pertinaz y molesta, no ha cesado de caer, con fastidiosa insistencia, como queriendo estropear todo buen pensamiento que respecto del país pueda, morador o transeúnte, formular el ser humano. No tiene gran relevancia, a mi entender, su monotonía de ritmo y color; no obstante, me afectaron las palabras, cruzadas con cierto individuo, referentes al tono gris del cotidiano aspecto de esta localidad.
Como medida preventiva, a fin de explicar mi argumento, haré un esquema de cómo se presenta, en estos lares, el panorama al nacional español:
Abundantes en demasía los componentes de esta colonia, se ven multiplicados por el sinfín de aves de paso que a diario surcan estos lugares. Muchos de ellos quedan varios días; otros, prorrogan su permanencia indefinidamente; existen también quienes, nada más llegar, marchan presurosos en pos de su meta. Todos, sin excepción, se hospedan en una pensión regentada por un español ―antigua ave de paso― donde, según se mire, reciben inmejorable acogida. A lo largo de mi estadía en la pensión El Amparo, he tratado con gran variedad de la especie hispana, encontrando entre ellos personas de sumo interés en experiencia y bagaje. Con algunos he sostenido largas charlas, lo que me ha servido para constatar su conocimiento acerca del medio en que residen y su proyecto social.
Destaca entre ellos Paco Mora, antiguo minero, procedente de Jaén, quien lleva años en Bélgica esperando su exitoso retorno a España; es un tipo que, por la personalidad adquirida, mediante su agitado vivir, logra impresionar sin proponérselo. Borracho empedernido y elocuente orador, en sus estados de embriaguez se muestra locuaz de modo extraordinario. Este individuo, desde que tomó contacto conmigo, en uno de sus episodios de dominio alcohólico, me llama esquimal, nombre que me ha hecho pensar más de una vez sobre el motivo de su aplicación en mí precisamente.
Una tarde, salía yo con destino a mi quehacer, no lejos de Saint Gilles, cuando, en el momento de dejar la puerta de la calle, tropecé a Paco Mora, en su estado de perenne ebriedad. Con intención de ser agradable, le dije:
―Llueve, para variar, ¡eh!
―¿Llueve? ―se extrañó él― No, hombre, no; es el sol de Bruselas.
―¡Vaya! ―exclamé.
Con la misma continuamos nuestros respectivos destinos.
Mientras andaba, iba pensando en lo curioso de la concesión adjudicada a la vieja ciudad, por medio del trueque de considerar soleado el ambiente brumoso. Sin querer, torné a pensar en lo ocurrente de este hombre, en cuanto a poner motes y trastrocar climas se refiere; no sólo ha sido conmigo, en su calificativo, sino…
―¡Caramba! ―exclamé.
He aquí la causa que induce a Paco Mora a denominarme esquimal: este buen hombre es consciente de que, cualquier persona, oriunda de las Islas Canarias, trasladada a Europa, resulta un nórdico en sitio frío; es decir, si el sol tiene las características antes expuestas, tiene razón en reconocer que es nieve lo que brilla durante el año completo en mi tierra natal. Luego, su observación es correcta.
JOSÉ RIVERO VIVAS
BRUSELAS, NOVIEMBRE 1960